viernes, 20 de julio de 2007

El encuentro con la Muerte... Parte I

En una serie de post les voy a dejar un artículo de Josep Ma. Fericgla, publicado en la revista Integral, titulado: El encuentro con la Muerte en las sociedades occidentales, para mí es un texto espectacular que realmente se los recomiendo. Lo voy a dividir en 4 o 5 partes para no hacer muy denso el post, les dejo algunas reseñas biográficas del autor, el cual lo cito muchas veces en este espacio.

"El autor nació en Barcelona (Cataluña, España) en enero de 1955.Es licenciado en Geografía e Historia y doctor en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Barcelona. También ha realizado estudios superiores de Psicología, Arte Dramático y Música. Es una autoridad internacionalmente reconocida sobre temas relacionados con los denominados Estados Modificados de Conciencia, antropología cognitiva y substancias psicoactivas. Con formación en el ámbito de la antropología y la psicología, J.Mª Fericgla ha tendiendo un puente entre ambos campos en el desarrollo de su labor. Y lo ha hecho sobretodo en el nexo que los une: la etnocognición -concepto que puede relacionarse con otros términos, como la etnopsicología, o la antropología cognitiva-, y que se pude describir como el estudio de los procesos mentales acaecidos durante los estados modificados de consciencia, en relación a la creación de símbolos culturales, y en relación la reorganización el imaginario individual para una mejor adaptación al entorno."


Un diseño bipolar

Por un lado hay que entender que los seres humanos somos seres biológicos y culturales a la vez. Tanto nuestra llegada a la vida como nuestro final inevitable en el fenecer están indicados por importantes cambios biológicos y culturales que puntúan la existencia de cada persona. En este sentido, si como seres culturales disponemos de un abanico de posibilidades abiertas en lo que se refiere a creencias en el más allá, cultos, ceremonias y festejos de comensalidad, como seres biológicos tenemos un diseño cerrado, o por lo menos muy poco flexible. En la muerte es la biología quien impone sus leyes entrópicas. Podríamos considerar nuestro proceso biológico como de diseño cíclico en el sentido más lato (al morir el cuerpo se descompone en sus elementos primarios con lo que en realidad, para la Naturaleza, no desaparecemos sino que simplemente nos transformamos en hidrógeno simple, calcio, nitrógeno, etc. y por otro lado, nuestro cuerpo es un auténtico campo de batalla donde se da la muert e y el nacimiento celular constante), pero nuestra consciencia no acepta esta transformación como una pauta de continuidad de la existencia. Así, si la Naturaleza nos diseña en forma de proceso cíclico de mutaciones biológicas permanentes, la mente humana tiene un diseño binario, lineal y causal que no encaja de forma directa las limitaciones de la biología. Para resolver este conflicto, que en último término es el de nuestra propia muerte, la mente humana ha elaborado una realidad cultural que permanece más o menos indeleble y va más allá de cada individuo. Se trata de los sistemas de valores en base a las grandes categorías culturales de cada sociedad: bueno/malo, feo/bonito, eternidad, ciencia positivista o religiones de la permanencia... pero todo ello son categorías culturales que solo pertenecen y tienen vigencia dentro de un espacio y un tiempo construido por nuestra mente.

La antropología se dedica justamente a estudiar estas realidades en que vivimos, construidas simbólicamente. Dentro de estas realidades culturales -las únicas cognoscibles para los humanos- los ritos de paso son los hitos que nos indican dónde estamos, quiénes somos, y qué obligaciones y derechos tenemos para con el mundo que nos envuelve. Y aún dentro de los ritos de paso, los dos de mayor importancia son la bienvenida a los que acaben de nacer y la despedida al morir. El inicio y el final. Estos ritos (por ejemplo, para los cristianos el bautismo y la misa de difuntos) están alejados del hecho físico del nacimiento y del óbito de la persona: la consciencia a través de la cultura trata de imponer sus leyes a la biología, y la única forma de comprendernos como seres humanos es aceptando que la cultura y la biología se afectan mútuamente. La selección cultural incide en la evolución biológica y al mismo tiempo las poblaciones humanas se diversifican en sus adaptaciones locales por medio de las culturas.

La estrategia permanente

¿Cómo han resuelto otras sociedades -y la nuestra- la angustia que genera el pensamiento y la consciencia de la propia muerte? Usando el arma más potente de que dispone el ser humano: el simbolismo, la creación de mundos simbólicos por medio de la capacidad del imaginario humano (en último término lo que nos define como seres humanos). Para ello y gracias a ello, repito, se han construido los sistemas religiosos.

Por medio de las religiones y de los sistemas de creencias que integran la muerte en un diálogo profundo con la vida y los demás seres humanos, se ha tratado de frenar la angustia ante esta disolución del ego que, en último término, es la esencia de la muerte: disolución del ego material (el cuerpo), del ego social (referentes de identidad, propiedades, títulos y cargos) y del ego psicológico ("yo soy", "yo siento"). El simbolismo religioso ayudaba a entender la propia muerte no como un final absoluto, sino como la culminación de la reintegración del individuo al proceso de vida universal y eterno. Por ejemplo, por medio de las creencias en la muerte como forma de retorno a la Madre Tierra arquetípica, desde la cual habrá una o muchas reencarnaciones; o entendiendo la muerte como paso hacia un mundo más placentero, tal como nos dibuja el Paraíso, desde donde habrá un nueva vida, incluso corpórea. Y todo ello en oposición al sufrimiento, que sería lo denotativo de la vida terrena (y no hay que olvidar que el propio sufrimiento viene generado en buena parte por la consciencia de la muerte). Todo este simbolismo de la muerte ha ayudado a la humanidad a entender la vida no como un final, sino como parte de un proceso o viaje de gran valor iniciático: las pruebas y dificultades de aquí enseñaban a perder el miedo a la muerte porque se consideraba que después la persona recibiría los premios por este sufrimiento. Incluso si era muy elevado el sufrimiento, aseguraba la propia vida eterna y la salvación de la humanidad entera.

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