lunes, 30 de julio de 2007

El encuentro con la Muerte Parte III ...

Tercera y última parte...

En busca de soluciones

Con la pérdida de estas tradiciones y de esta religiosidad no eclesiástica inserta en lo cotidiano, nuestras sociedades se han encontrado frente a frente con la muerte, con la angustia que genera nuestra consciencia lineal finalista y en la huida se ha corrido en tres direcciones distintas. Por parte de unas minorías pararreligiosas o religiosas se han tratado de recuperar tradiciones antiguas provenientes del mundo oriental o de culturas chamánicas (se han traducido libros sobre la muerte como el tradicional Libro Tibetano de los Muertos o Bardo Todol y el reciente Libro Tibetano de la Vida y la Muerte, el Libro Egipcio de los Muertos, se han difundido sistemas de creencias y prácticas para frenar tal ansiedad, se han vendido por millares los ejemplares de las obras de C. Castaneda con su novelada cosmovisión de la actitud guerrera ante la vida como forma de diluir la muerte, etc.). En segundo lugar, especialmente entre los profesionales de la salud y del trabajo social que se hallan ante la muerte de sus pacientes de forma cotidiana, ha habido un acercamiento a la muerte desde la vertiente del duelo y del acompañamiento al moribundo; es decir, no se han ocupado tanto de la muerte y los muertos como, en cierta forma, de los vivos que han de verse enfrentados a la muerte de otros (el principal exponente de esta tendencia es la doctora norteamericana de origen suizo E. Kübler-Ross y su famosa escuela de acompañamiento a los moribundos, en España presente a través de la Fundación Tornar a Casa). Y en tercer lugar, la actitud que mantiene la inmensa mayoría de congéneres de nuestras sociedades: negar absolutamente la muerte. Esta es la postura general. La muerte se niega, no se la quiere ver, los moribundos han de realizar su tránsito en hospitales, es decir en lugares impersonales y culturalmente considerados asépticos de donde no pueda salir la mínima contaminación (contaminación que se manifiesta en forma de angustia activada por la tanatofobia), de donde no puedan escaparse los síntomas de la muerte. Los cadáveres, antes de abandonar los hospitales, se disimulan para que no parezcan lo que en realidad son, y durante el cada vez más corto velatorio se habla de lo bien que ha quedado el muerto una vez maquillado, de que parece más joven ahora que antes de morir, etc. Se niega la muerte maquillándola de juventud gracias a la tecnología. Extrañamente se habla de las virtudes y defectos del extinto como forma de aleccionar a los jóvenes, o de la propia muerte como invitación a poner en orden los asuntos de los vivos. Disimular, ésta es la consigna. Desde el punto de vista social existen los Seguros de Vida (nunca mejor hallado un eufemismo más equívoco y falaz) y pensiones para que los familiares directos noten lo mínimo posible la pérdida del finado si era cabeza de familia. Hay empresas que, previo pago, se encargan de organizar el sepelio, el entierro, las coronas de flores y los ornamentos y oropeles para la tumba, con lo cual se puede afirmar que ya no se trata de una señal del peso moral del muerto, sino que las coronas y símbolos que acompañan el rito del entierro son el producto de una auténtica economía elevada a nivel de teología general.

La única postura coherente y sólida ante la muerte, como ante cualquier otro evento o conflicto de la vida humana, es encararla, tomar consciencia de ella, conocerla hasta donde sea humanamente posible: respetar y observar frente a frente es la fórmula para librarse de ello, sea un temor o una fijación. Lo contrario, como repetidamente asevera la Psicología, solo lleva a luchar con los propios fantasmas para no resolver nada. De aquí, que los Talleres de Percepción de la Muerte que organizamos en España en conjunción desde el Institut de Prospectiva Antropològica y el Máster en Gerontología Social de la Universitat de Barcelona, sean una herramienta psicológicamente útil en diversos sentidos. Su objeto es ayudar a perder la fobia incontrolable anta la muerte propia y ajena, por un camino experiencial, alejado de los dogmas (en principio no debe creerse nada que no haya sido experimentado tras un tiempo prudente de espera). La finalidad de estos Talleres no es alimentar una creencia colectiva si no experimentar individualmente lo que llamaríamos una apreciación subjetiva del propio tránsito, usando técnicas muy específicas de respiración que provocan una hipo-oxigenación cerebral, la llamada respiración holorénica (u holotrópica en terminología de S. Grof). Adecuadamente conducida, se accede a un estado de consciencia cuyo principal factor es la modificación del ego cotidiano, acompañado de interesantes somatizaciones de diverso carácter. Esta técnica puede tener aplicaciones centradas en un uso terapéutico, no obstante estos talleres se orientan hacia el objetivo propuesto: facilitar a los participantes una experiencia psicológica similar a la de su propia muerte, en el sentido de disolución pasajera de los procesos y estados cognitivos y emocionales cotidianos, apoyado por la labor de la psicoterapia para ayudar a aquellas personas que necesiten resolver los conflictos que puedan aparecer durante la experiencia. Ello se realiza sin acudir a sistemas religiosos, pero la experiencia subjetiva que tiene cada participante puede ser ubicada dentro de su propia cosmología personal como algo religioso, de carácter terapéutico, como simple experiencia interesante o como conocimiento vivencial con aplicaciones profesionales médicas a la hora de acompañar un moribundo y poder entender mejor sus sutiles mensajes, además de haber frenado la ansiedad propia ante el paciente por haber descorrido un tanto el misterio de lo que sucede al morir. Por otro lado, estos Talleres de Percepción de la Muerte ayudan a los participantes a tomar consciencia de su propia finitud y con ello a adoptar medidas para resolver cuestiones pendientes que conllevarán un seguir viviendo con mayor libertad y respeto hacia uno mismo. Probablemente sería más correcto llamarlos Talleres de Percepción intensa de la vida, ya que una primera consecuencia es la pérdida de miedos -que no de respeto- que atenazan la expansión de la propia individualidad, y un aumento del sentimiento de responsabilidad ante la vida: se aprende que cada uno es responsable de su propia experiencia, de su propio existir y allí no sirven argumentos para acusar al Estado, a los padres o a la sociedad de los propios desmayos y flaquezas. No obstante todo ello, y como dijo un conocido literato, lo importante no son las experiencias por las que pasa una persona, sino lo cada persona hace con sus experiencias. Vivenciar una cierta muerte psicológica, con sus apremios, misterios personales y percepciones modificadas, no tiene nada de triste como me objetó hace poco un periodista, sino que es dar un potente y eficaz impulso a la propia vida.

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